miércoles, noviembre 01, 2006

Todos los hombres Todas las Acciones










“…porque uno es lo que es mientras dure
el disfraz[1].”


Hay algo en las máscaras que ha llenado de fascinación a los seres humanos. La máscara teatral griega que filológicamente está “compuesta de dos vocablos: el rostro y lo que está delante del rostro”[2], es una ejemplificación de lo profundo y significativo que tiene esta concepción. Para los griegos, el concepto máscara era persona, lo que si se le mira con detenimiento, es una conexión con lo mejor de la visión freudiana, de la multiplicidad de la personalidad. Pero también hay algo de farsa, de embuste, de simulación en la máscara que la hace transitar por la travesía de la fiesta, del carnaval, de la teatralidad. El doble rostro más que ocultar muestra, desnuda, aniquila nuestro pudor y nos deja frente a un gran espejo donde al convertirnos en todos los rostros, nos transformamos en el rostro primigenio del alma humana.
Un maestro en el arte del disfraz fue Rembrandt. Un maestro, en una época en que el enmascaramiento era un brebaje que la alta sociedad europea bebía con la lógica inversa, que la sociedad medieval esperaba el fatídico año 1000. Pese a los llamados a la austeridad de Bacon cuando planteara en su ensayo De la adversidad: “La virtud de la prosperidad es la templanza; la virtud de la adversidad es la fortaleza…”[3], y nadie parecía escucharlo. Este suntuoso siglo XVII se inicia con la muerte de ese héroe del libre pensamiento, a manos de la inquisición que fue Giordano Bruno, donde el germen de la ilustración, con Galileo, Kepler y el espíritu crítico y el racionalismo de Descartes, comienzan a golpear la mesa del antiguo
régimen. Pero hay una ciudad en Europa en que se respira un aire de novedosa modernidad, y es el mismo Descartes el que cuando se refiere a ella expresa: “Puedes comprar de todo, eres libre y es una ciudad segura”[1]. Esta ciudad es Ámsterdam, y este ideario libertario se afianza cuando en el año 1648, las Provincias Unidas de los países bajos se independizan del imperio Español bajo el tratado de Westfalia[2]. Este pueblo de comerciantes, emprendedores y amantes de la libertad y la tolerancia, tienen un marcado sentido de la austeridad y moderación, que el filósofo inglés tanto anhela. Esa Holanda, profundamente protestante, se diferenciará del Flandes católico todavía fieles a la iglesia de Roma en esta rigurosa severidad y simpleza. [3]
En este fragmento de tiempo y espacio vivió Rembrandt, la fascinación por la maestría de su obra ha emergido con la fuerza que los cierres de centuria saben imponer. Su obra transita más allá del uso de la luz y la sobra. Las imágenes empujan algo que Aristóteles ya planteaba en su Poética al referirse a la tragedia: “Los objetos de la imitación son las acciones de los hombres y estos hombres pueden ser de carácter moral elevado o bajo[4]. Rembrandt quiso ser todos los hombres y todas sus acciones. Catapultó su mirada al rostro y lo que está tras el rostro. Se convirtió en el ojo del tiempo poniendo su propio cuerpo tras el lente de la vida…y la muerte. Así como el ladrón diseccionado por el Doctor Tulp se convirtió en un conejillo de indias con un palco en que cabía toda la humanidad.
Es el año 1629, Rembrandt tiene 23 años. Se encuentra en Leiden y ya es un pintor independiente con la conciencia de ser el dominador de su arte. Es este uno de sus primeros autorretratos. Su mirada se mantiene fija en el espectador, casi con arrogancia, este rostro que parece más el del general ahíto por la victoria que el de un joven artista, emerge de la oscuridad creando el efecto de un Alejandro en la sima de su poder. Sin embargo, ¿este es Rembrandt?, ¿o es la simulación del triunfo? La estratagema de la disfraz tiñendo la mirada con las miradas de los que si se sintieron embriagados por la victoria. Inflamados por el hálito de inmortalidad del fragmento de vida que se lleva en el último parpadeo hasta la tumba.
El Rembrandt del cuadro es un impostor. El joven jactancioso que nos mira no es Rembrandt, ni siquiera su doble. Él es la jactancia, el pueril envanecimiento de la pequeña victoria, la insolencia cómica de la ignorancia, la vanidad miope de la sin razón. Luego de el último trazo, seguramente el rostro del joven se trasfigura, la postura artificiosa se esfuma, la respiración vulva a su ritmo natural. Y sólo entonces, aparece sin el maquillaje de la ilusión el verdadero Rembrandt. El que quizás jamás conoceremos.


Estamos en Ámsterdam, es 1634.
La pintura de Rembrandt se ha transformado
en un especie de gran teatro del mundo, en
un juego en que la tramoya y los disfraces
han convertido su pintura en un baile de
mascaras. Pero ya no está sólo, Saskia su
esposa también forma parte de esta danza.
Ya no le importa ser la prostituta en este
Juego de identidades falseadas. Pareciera
decir mientras permanece sentada en el
regazo de este hijo pródigo-Rembrandt: yo también formo parte de este mundo del sueño, de lo que nunca seremos, de la eternidad en la obra de arte.

Rembrandt pinta luego existe. Quiere Ser todos los hombres,
vivir en todas las épocas. Las ficticias, las imaginadas, las
soñadas. Ahora, en el año 1640 con 34 años a aprendido
a vivir en la pintura. Cierra los ojos y como un gran
imaginador se transporta con el vestuario adecuado de un
caballero del siglo XVI[1]. Ese siglo que no le tocó vivir como
hombre, el lo hace suyo por y para el arte.
El último año de vida fue 1669, y este es el último
de sus autorretratos. La vida y la muerte se rozan en
este cuadro con la franqueza y la convicción de que todos
los hombre, y todas las acciones han existido y existirán
en su obra. Y uno se convence que la ficción ha terminado,
que el tupido velo se a dejado caer porque ya no hay nada
que ocultar, la vida se le ha escapado a vivir en su pintura.
Y mientras sus viejos ojos de pintor desde 400 años de
distancia nos miran, parecieran decir como
la anciana mujer de la novela de C. S. Lewis: “Mi cuerpo, esta
escuálida carroña a la que hay que lavar y alimentar y vestir
diariamente con tantas mudas, pueden destruirlo como les
plazca. La sucesión está prevista.[1]






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