sábado, septiembre 16, 2006

Parra contra Parra


Lo de Parra es sintomático en los escritores. Llega un momento en la vida en que un impulso de vértigo, miedo y autocomplacencia los hace terminar imitándose a si mismos. Esto por cierto es un privilegio de los consagrados. Más si se trata de un poeta de la talla de Parra. ¿Pero qué pasa cuando la poesía se escapa de ese mundo perfecto que es la obra del escritor, y como una Alicia al revés salta del país de las maravillas a nuestra nada maravillosa realidad? Este cambió de lenguaje es un viaje que Sabato también emprendió con sus pinturas de mundos que nos evocan no tan sólo los ambientes desgarrado y opresivo de sus inquietantes novelas, sino que nos parecen un especie de guiño de la obra de Munch. Pareciera ser que ambos, hermanados por un origen racionalista no se conformaran con único y definitivo lenguaje. Hunden la cabeza en la vertiente de la forma como una natural metamorfosis de su obra. Sin embargo, el poeta dotado de una extroversión propia de su visión literaria y conectada con la estética de Duchamp, pareciera pretender que sus ready mades de principios del siglo XXI provocaran ese “conglomerado de artefactos a punto de explotar” como dijera el propio autor en una entrevista realizada en 1969 por Mario Benedetti. Lo cierto es que la exposición en el centro cultural Palacio de la Moneda es equiparable a esa frase que dice el Neruda de la película del director Michael Radford Il Postino: hasta la idea más brillante dicha cien veces se convierte en una estupidez. Entonces uno espera, camina y espera, se detiene frente a esa pantomima de presidentes que cuelga con la esperanza que algo ocurra, que la explosión anunciada hace más de treinta años deje de estar a punto y finalmente se produzca. Pero las décadas han atomizado ese tic-tac de vanguardia para convertirlo en un emperador desnudo que el establishment quiere vestir a toda costa.
Al moverse por esa puesta en escena uno tiene la sensación de ser testigo de un naufragio, de caminar por una playa sembrada por el libre albedrío de una tempestad o una ola gigantesca. Luego aparece la palabra, incrustada con una prolijidad de escolar que uno entiende premeditada, circunstancial, como de último recurso. Y uno se convence que la imaginería de Parra vive, respira e impacta fundamentalmente en la palabra, pero de ninguna manera en el castillo de neumáticos en desuso, o en el sillón desvencijado arrancado de un chiste repetido hasta el infinito. Ni siquiera la ironía con la que Parra sólo en contadas excepciones nos arranca una sonrisa. Sin embargo el espacio de esta sala es tan grande que hay llenarlo a como de lugar, no importando con que sea y de la forma que sea. La cantidad de bombillas colgantes son el reflejo inversamente proporcional de las ideas del montaje.
Definitivamente el emperador camina desnudo por centro cultural Palacio de la Moneda, y no basta con la personalidad de Parra para ser vestido.