Dostoevsky decía que los seres originales casi como una necesidad imperiosa terminan en un invariable aislamiento. Durante años he meditado esta afirmación intentando confrontarla con las vidas de los creadores más trascendentes de la historia como si fuese una prenda de ropa hecha a la medida. Sin embargo, las redes de la naturaleza humana se desplazan con un itinerario a veces convulso y carente del más mínimo sentido de las proporciones. Pienso en el Hemingway deportivo y montaras probando su hombría de escolar mientras en alguna oculto hilo conductor se fragua como un iceberg el viejo y el mar, o el fornicante Simenon sentado junto a una estufa de hierro colado meditando alguna nueva aventura del inspector Maigret. La verdad que el molde del creador admite una paleta de colores de variantes ajedrecísticas. O el Salieri cinematográfico intentado descubrir la genialidad del hasta entonces desconocido Mozart en los rostros de la concurrencia como un estigma ¿no es una especie de fabula del desconcierto que nos produce el genio?
Cada vez que la trastienda de la creación se me revela como el meikin of de una película no cierro los ojos por el miedo a ver los hilos de la marioneta, muy por el contrario: siento una especie de fascinación por meter la nariz en la cocinería de la obra. ¿Que importa que se nos descubra las miserias tras las bambalinas si en esencia es tan sólo el sudor de la creación’?
En ocasiones, cuando leo el párrafo de una novela trato de visualizar ya no la traducción de ese texto en imagen sino que el momento de duda, sufrimiento o vértigo del absoluto y total desamparo de la creación. ¿Habrá un oficio más solitario que el del escritor?, dice García Márquez. La verdad que todo oficio que involucre crear es solitario. Incluso aquellos que al menos en apariencia suelen ser el fruto de un colectivo, como el Cine. Hasta eso me parece una ilusión: la ilusión del arte como una casa que se construye por muchas manos. Sin embargo siempre hay alguien que frente a la inmensa muralla de la nada pone la primera piedra. Alguien que en este mismo instante, mientras el lector termina este texto, se encuentra como un naufrago en ese absoluto e inconmensurable desamparo que es ese océano sin fondo que es la creación.