miércoles, julio 18, 2007

Los Ríos Arteriales




“Surgirá un nuevo ordeny sus hombres serán los sacerdotesdel hombre,y cada hombre será su propio sacerdote”.
Walt Whitman




Durante siglos, el mundo primigenio de la caverna, del balbuceo inicial, de la deidad anclada en la naturaleza, fue un fragmento de tiempo que no tenía espacio posible en la historia humana. La muralla de la historia elevo su frontera de argumentos para que el racionalismo de la escritura, definiera ese límite con su nombre. No es extraño que Platón utilizara la imagen de la caverna para establecer ese reducto como patrimonio del engaño y trampa de los sentidos, frente al exterior luminoso y verdadero que invocaba el mundo de la ideas. Este mundo germinal, ha transitado a la vera del camino como una flor silvestre: mínima, indomable, silenciosa, el caminocivilizado es una ruta que ella observa desde lejos.Los caminos no son un buen augurio pero el bosque,el bosque es el hogar primero , la gran patria delmundo inicial.

Mientras, ese conglomerado laberíntico que es la
civilización occidental, ese constructo abigarrada de fuerzas que afianza su trepidante fluir en la Edad Media, se detiene. Observa este rostro vernáculo, mira con recelo este mundo que parece dar su última lucha en la tierra europea. Pero esta lucha es como la del monstruo de H. P. Lovecraft[1]: que al mirarse en un espejo descubre que el enemigo que tiene al frente es el reflejo de su propia imagen. Que si logra someter a su adversario en esta lucha, terminará venciéndose a si mismo.

Los llave de la puerta de ese laberinto de lacultura occidental, este laberinto de tantas vueltas yrevueltas infinitas, fue aprisionada por las manos del
cristianismo. Hay algo en esta sexta judía que desarmalas reticencias más acérrimas. Este Mesías que emergeentre los más pobres de los pobres parece tener la clavenecesaria y precisa en su mensaje. La magia ancestral no huye como el siervo de los bosques al sentirseperseguido. La magia bebe de este arroyo de salvación en que por primera vez los humildes y los postergados son los protagonistas de la historia. No obstante, es el mensaje y no el mensajero el que conmueve. El fuego de la palabra contada como un susurro entre los árboles que se transfigura en un encantamiento druídico. No el universo neoplatónico de la rigurosidad y el mantenimiento del orden divino. Es la palabra sencilla pero profunda del pastor la que triunfa. El sincretismo en gloria y majestad desmoronado los miedos atávicos. Pese a ello, el mundo oficial ha tendido sus caminos usando las antiguas rutas del viejo Imperio Romano. La creación política más importante de su tiempo. El esqueleto ya tiene un nuevo espíritu.

La realidad siempre tiene sus fisuras. Fisuras impalpables, inmateriales, que hacen creer que el curso de los acontecimientos marchan por una monotonía diligente y perpetua. El mundo ancestral, el de la caverna, el de los sentidos engañosos, no solamente el de Altamira, o Lascaux, o el celta. Neolítico, de la alta o baja edad media. Son el mundo suspendido e inmutable que recorre el ADN del género humano. Como el jardín de al lado de Donoso permanece, vive y respira cada vez que dirigimos nuestra mirada hacía nosotros mismo. La realidad es terca y nuestro jardín de al lado no necesita tocarnos el hombro para descubrirlo. Así como vislumbramosluz por su ausencia insoslayables, nuestra épocaa redescubierto la tibieza del sol tamizada por lashojas de los árboles como quién descubre un viejojuguete en un armario. “El hombre no progresa, porque su alma es la misma”[1]. Y el alma del hombrees la que inquieta, huidiza, intuye que el entelequia tecnológica no es el fin sino una deslucido y fragmentariomedio. Que los llamados a la cordura de Huxley, cuando expresaba que si “un pequeño número de personas tiene poder para oprimir a la mayoría, cada victoría sobre la naturaleza contribuirá, inevitablemente, a acrecentar ese poder y esa opresión”[2], finalmente nunca fueron escuchados. Que directores como Fritz Lang con su Metrópoli, o Chaplin con su Tiempos modernos, no pretendían que sus películas se convirtieran en una suerte de novedosa entretención de fin de semana.

Esas eran las fisuras visibles, esas eran las grietas que de tanto en tanto el martilleo de progreso dejaba escuchar en su monótono viaje sin retorno. Grietas que se toleraban por que formaban parte del regazo del propio progreso: progreso orden, progreso imperio, progreso ciudad, progreso civilización.

Desde el siglo XIX, hemos imaginado el mundo futuro con la convicción majadera que esa proyección estaba salvaguardada por la fe ciega en la ciencia y la tecnología. Desde Julio Verne a H. G. Wells, el futuro estaba en el triunfo de la máquina: alegoría del más rutilante progreso humano. Con el paso del tiempo, el mundo no fue suficiente escenario para el género humano. El futuro posible ya no era de este mundo. Y la luna de cartón piedra cinematográfica de principios del siglo XX se transformó en una realidad concreta y factible. Asimov y Bradbury debieron enterrarla ciencia ficción para siempre. Esta ciencia que ya no era ninguna ficción y vivía su momento más estelar en el embrionario siglo XXI. Mientras, las ciudades asistían a una nueva concepción de la vida en comunidad. Una vida de multitudes, de anonimatos asfixiantes y de ghettos que entronizaban la desconfianza y la muerte de la fe en el género humano. Estas monstruosas megapolis tragando todo a su paso: tierra fértil, aire limpio, bosques, ríos, animales y fe. Sobre todo fe. Entonces, las fisuras del tiempo se abren de par en par. Y la imprevista y extraordinaria visión de la infancia del hombre salta de su escondite capullo para decir: “Antes de la peluca y la casaca fueron los río, los ríos arteriales”[1] . Esa poderosa visión se multiplica, crece se agiganta. El territorio se tiñe del su fuego sagrado en todo el mundo. El futuro no está en la nave que cruza en el universo y que miramos desde lejos avizorando el destino en su misterio. El futuro no está en la máquina prodigiosa que como un Hal 9000 superlativo guiará los pasos del mundo en el miedo espectral del cataclismo. El futuro, siempre estuvo con nosotros, respirando en medio de la niebla como una bestia herida y rechazada durante siglos. Tiritando del frío de nuestra indeferencia, de nuestra ceguera. Esperando que la lucidez de la destrucción y la pena nos conducirá a su guarida. Que saliéramos de la senda del camino civilizado para internarnos en el bosque impenetrable. Y que como el monstruo que mira su reflejo en el espejo adivinatorio, definitivamente descubriéramos el rostro inicial y primigenio del hombre.